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El 'Vatican Information Service' (VIS) es un boletín informativo de la Oficina de Prensa Santa Sede. Transmite diariamente información sobre la actividad magisterial y pastoral del Santo Padre y de la Curia Romana... []

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miércoles, 11 de abril de 2012

LA FE EN CRISTO RESUCITADO TRANSFORMA LA VIDA, LIBERA DEL MIEDO Y LLENA DE ESPERANZA



Ciudad del Vaticano, 11 abril 2012 (VIS).-El Santo Padre ha dedicado su catequesis de la audiencia general de hoy a explicar la transformación que la Resurrección de Jesús produjo en sus discípulos; y ha reflexionado sobre el sentido que la Pascua tiene hoy para los cristianos: la fe en el Resucitado “transforma nuestra vida, la libera del miedo, le da firme esperanza, la anima con aquéllo que da pleno sentido a la existencia, el amor de Dios”.

Benedicto XVI ha recordado que la tarde del día de la Resurrección, los discípulos estaban encerrados en casa, llenos de temor e incertidumbre por el recuerdo de la Pasión del Maestro. “Esta situación de angustia cambia radicalmente con la llegada de Jesús. Entra a puertas cerradas, está en medio de ellos y les da la paz que (…) se convierte para la comunidad en fuente de alegría, certeza de victoria, seguridad en el apoyarse en Dios”.

Después del saludo, Jesús muestra a los discípulos sus heridas, “signo de lo que ha sucedido y que nunca más se borrará: su humanidad gloriosa permanecerá 'herida'. Este gesto tiene la finalidad de confirmar la nueva realidad de la Resurrección: el Cristo que está ahora ante los suyos es una persona real, el mismo Jesús que tres días antes fue clavado en la cruz. Y es así que, en la luz refulgente de la Pascua, en el encuentro con el Resucitado, los discípulos comprenden el sentido salvífico de su Pasión y muerte. Entonces, pasan de la tristeza y el miedo a la alegría plena”.

Jesús los saluda de nuevo: “La paz esté con vosotros”. No se trata solamente de un saludo, ha puntualizado el Papa, sino “del don que el Resucitado hace a sus amigos; y es, al mismo tiempo, una misión: esta paz, comprada por Cristo con su sangre, es para ellos y para todos, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo. (…) Jesús ha completado su tarea en el mundo, ahora les toca a ellos sembrar la fe en los corazones”.

Pero el Señor sabe que los suyos aún sienten temor. “Por eso, sopla sobre ellos y los regenera en su Espíritu; este gesto es el signo de la nueva creación. Con el don del Espíritu Santo que proviene de Cristo resucitado, comienza de hecho un mundo nuevo”.

En este punto, Benedicto XVI ha asegurado que “también hoy el Resucitado entra en nuestras casas y en nuestros corazones, a pesar de que a veces las puertas estén cerradas. Entra donando alegría y paz, vida y esperanza, dones que necesitamos para renacer humana y espiritualmente”. Solo Él puede acabar con las divisiones, enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, con la indiferencia. Sólo Él puede dar sentido a la existencia de quien está cansado, triste, abatido y sin esperanza.

Así lo experimentaron los dos discípulos que el día de Pascua caminaban hacia Emaús, llenos de pesar por la reciente muerte de su Maestro. Jesús se acerca a ellos y los acompaña sin ser reconocido, explicándoles la Sagrada Escritura para que comprendan su misión salvífica. Más tarde piden a Jesús que se quede con ellos, y lo reconocen cuando bendice y parte el pan. “Este episodio -ha señalado el Papa- nos indica dos 'lugares' privilegiados donde podemos encontrar al Resucitado que transforma nuestra vida: (…) la Palabra y la Eucaristía”.

Los discípulos de Emaús regresan a Jerusalén para unirse a los otros, ya que “renace en ellos el entusiasmo de la fe, el amor por la comunidad, la necesidad de comunicar la buena noticia. El Maestro ha resucitado y con Él toda la vida resucita; testimoniar este acontecimiento se convierte para ellos en una necesidad ineludible”.

Benedicto XVI ha explicado que este tiempo pascual ha de ser para los cristianos una ocasión para volver a descubrir con alegría y entusiasmo los manantiales de la fe: “Se trata de recorrer el mismo itinerario que Jesús hizo atravesar a los discípulos de Emaús, mediante el redescubrimiento de la Palabra de Dios y la Eucaristía. El punto culminante de este camino, entonces como hoy, es la Comunión eucarística: en la Comunión, Jesús nos nutre con su Cuerpo y su Sangre para estar presente en nuestra vida, para hacernos nuevos, animados por la potencia del Espíritu Santo”.

Para terminar, el Santo Padre ha invitado a los fieles a tener fe en el Resucitado, quien “vivo y verdadero, está siempre presente entre nosotros, camina con nosotros para guiar nuestra vida”, y que “tiene el poder de dar la vida, de hacernos renacer como hijos de Dios, capaces de creer y de amar”.


EN BREVE



SU BEATITUD EL CARDENAL IGNACE MOUSSA I DAOUD, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias Orientales y patriarca emérito de Antioquia de los Sirios, falleció en Roma el pasado 7 de abril a los 82 años. En el telegrama de pésame enviado a Su Beatitud Ignace Youssif III Younamm, patriarca de Antioquia de los Sirios, Benedicto XVI manifiesta su cercanía a esa iglesia patriarcal de la que el difunto fue un “pastor entregado”. El Papa recuerda también a las poblaciones de esa región que atraviesan por momentos muy difíciles. Las exequias del cardenal se celebraron ayer tarde a las 17,00 en la basílica de San Pedro.

EL 7 DE ABRIL SE PUBLICO LA CARTA POR LA QUE EL SANTO PADRE nombra al cardenal Marc Ouellet, P.S.S prefecto de la Congregación para los Obispos, su enviado especial a la ceremonia de apertura de la peregrinación a la “Sagrada Túnica” en el V centenario de su ostensión pública que tendrá lugar en la catedral de Trier (Alemania) el 13 de abril. Acompañarán al cardenal los canónigos del capítulo catedralicio de Trier, monseñor Rainer Scherschel y el reverendo Reinhold Bohlen.

BENEDICTO XVI HA ENVIADO UN TELEGRAMA DE PESAME al arzobispo Roberto Octavio González Nieves, O.F.M., de San Juan de Puerto Rico (Puerto Rico), con motivo del fallecimiento, ayer 10 de abril, a los 89 años de edad, del cardenal Luis Aponte Martínez, arzobispo emérito de esa sede. En el texto el Santo Padre subraya que el purpurado participó en el Concilio Vaticano II e implantó “en esa iglesia particular sus disposiciones”. También “testimonió su gran amor a Dios y a la Iglesia, así como su gran dedicación a la causa del Evangelio”.


OTROS ACTOS PONTIFICIOS



Ciudad del Vaticano, 7 abril 2012 (VIS).-El Santo Padre ha nombrado al cardenal Marc Ouellet, P.S.S., prefecto de la Congregación para los Obispos, como Legado Pontificio para la celebración del L Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Dublín (Irlanda) los días 10 a 17 de junio de este año.

EL PAPA RESALTA LOS LAZOS ESPECIALES DE LAS MUJERES CON JESUS


Ciudad del Vaticano, 9 de abril de 2012 (VIS).- Benedicto XVI- que desde ayer por la tarde transcurre un breve periodo de reposo en Castel Gandolfo- rezó a mediodía el Regina Coeli, la oración que sustituye al Ángelus durante el tiempo pascual, con los fieles reunidos en el patio del palacio apostólico de esa localidad.

El primer lunes de Pascua es, en muchos países, un día de vacaciones, para salir o ir a visitar a los parientes y reunirse con la familia. Pero me gustaría que en la mente y en el corazón de los cristianos estuviera presente el motivo de estas vacaciones, es decir, la resurrección de Jesús, el misterio decisivo de nuestra fe”, afirmó el Santo Padre.

El hecho de la resurrección, en sí mismo, no lo describen los evangelistas: permanece misterioso, no en el sentido de menos real, sino de escondido, de algo que está más allá de nuestro conocimiento: como una luz tan fuerte que no se puede mirar, porque nos quedaríamos ciegos. Los relatos comienzan, en cambio, al alba del día siguiente al sábado, cuando las mujeres fueron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío (…) Después de escuchar al ángel que les da la noticia de la resurrección, las mujeres, llenas de temor y alegría, se encontraron con Jesús, se postraron a sus pies y lo adoraron; y Él les dijo: 'No tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán'”.

En todos los evangelios -comentó el Santo Padre- las mujeres ocupan un gran espacio en los relatos de las apariciones de Jesús resucitado como, por otra parte, en los de su pasión y su muerte. En aquellos tiempos, en Israel, el testimonio de las mujeres no podía tener valor oficial, jurídico, pero las mujeres tuvieron unos lazos especiales con el Señor, lo que constituye una experiencia fundamental para la vida concreta de la comunidad cristiana, y esto siempre, en cualquier época, no solamente al principio del camino de la Iglesia”.

El Papa concluyó recordando que el modelo de esta relación con Jesús, sobre todo en el misterio pascual, fue María, la Madre del Señor. “A través de la experiencia transformadora de la Pascua de su Hijo, la Virgen María, se convierte también en Madre de la Iglesia, es decir de cada uno de los creyentes y de toda la comunidad”.

MENSAJE PASCUAL: BENEDICTO XVI PIDE PAZ EN SIRIA, NIGERIA Y PALESTINA



Ciudad del Vaticano, 8 abril 2012 (VIS).-Ofrecemos a continuación extractos del Mensaje que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció este domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, al término de la solemne celebración de la Misa, ante más de 100.000 fieles reunidos en la plaza de San Pedro:

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero (...) llegue a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la mañana de Pascua a Jesús resucitado (...): «He visto al Señor»”.

Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un Hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. (…) Cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad”.

(...) En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal para abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús parecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que parecía vana”.

Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío. (…) Las señales de la resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza”. (…)

Si Jesús ha resucitado, entonces – y sólo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Jesús es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el Resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación humana de sufrimiento e injusticia”.

Que Cristo resucitado otorgue esperanza a Oriente Próximo, para que todos los componentes étnicos, culturales y religiosos de esa Región colaboren en favor del bien común y el respeto de los derechos humanos. En particular, que en Siria cese el derramamiento de sangre y se emprenda sin demora la vía del respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también la comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos provenientes de ese país y necesitados de asistencia humanitaria, encuentren la acogida y solidaridad que alivien sus penosos sufrimientos. Que la victoria pascual aliente al pueblo iraquí a no escatimar ningún esfuerzo para avanzar en el camino de la estabilidad y del desarrollo. Y, en Tierra Santa, que israelíes y palestinos reemprendan el proceso de paz”.

Que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las comunidades cristianas del Continente africano, les dé esperanza para afrontar las dificultades y les haga agentes de paz y artífices del desarrollo de las sociedades a las que pertenecen”.

Que Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de África y favorezca su reconciliación; que ayude a la Región de los Grandes Lagos, a Sudán y Sudán del Sur, concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y que a Malí, que atraviesa un momento político delicado, Cristo glorioso le dé paz y estabilidad. Que a Nigeria, teatro en los últimos tiempos de sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual le infunda las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad pacífica y respetuosa de la libertad religiosa de sus ciudadanos. Feliz Pascua a todos”.

Tras la lectura de este mensaje, y antes de impartir la bendición “Urbi et Orbi” a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro y a cuantos lo escuchaban a través de los medios de comunicación, el Santo Padre felicitó la Pascua en 65 idiomas.





SABADO SANTO: PASCUA ES LA FIESTA DE LA NUEVA CREACIÓN



Ciudad del Vaticano, 7 de abril de 2012 (VIS).- La solemne Vigilia de la noche de Pascua empezó a las 21.00 en la basílica de San Pedro, y fue presidida por el Santo Padre. El rito comenzó en el atrio del templo con la bendición del fuego nuevo y la preparación del cirio pascual. Después de la procesión hacia el altar, con el cirio encendido, y el canto del “Exsultet”, se procedió a la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística, concelebrada con los cardenales.

Durante la vigilia, el Papa administró los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y primera comunión) a ocho personas procedentes de Italia, Albania, Eslovaquia, Alemania, Turkmenistán, Camerún y Estados Unidos.

Después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre dedicó la homilía al triunfo de la luz pascual sobre las tinieblas.

Pascua -dijo- es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo (…) La creación se ha hecho más grande y más espaciosa. La Pascua es el día de una nueva creación, pero precisamente por ello la Iglesia comienza la liturgia con la antigua creación, para que aprendamos a comprender la nueva (…) En el contexto de la liturgia de este día, hay dos aspectos particularmente importantes. En primer lugar, se presenta la creación como una totalidad, de la cual forma parte la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un conjunto que se desarrolla en el tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día de la libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con las otras. Por tanto, la creación está orientada a la comunión entre Dios y la criatura; existe para que haya un espacio de respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor y libertad. En segundo lugar, en la Vigilia Pascual la Iglesia comienza escuchando ante todo la primera frase de la historia de la creación: «Dijo Dios: Que exista la luz»”.

¿Qué quiere decir con esto el relato de la creación?”, se preguntó el Papa. “La luz -afirmó- hace posible la vida (…) El mal se esconde (…) El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe sólo en virtud de la negación. Es el 'no'”.

En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: «Que exista la luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva (...) Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal (...) Pero esto no se refiere solamente a Él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad”.

Por el sacramento del bautismo y la profesión de la fe -subrayó el Santo Padre-, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquél que lo recibe: 'Fiat lux', que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible, llega también para nosotros”.


Ahora bien, “la oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general (…) Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz”.

En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma (…) Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego (...) También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios”.

Por último, Benedicto XVI recordó que el cirio se debe principalmente a la labor de las abejas. “Así -dijo- toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo”.


VIA CRUCIS: EL MISTERIO DE LA PASION ALIENTA A SEGUIR ADELANTE CON ESPERANZA



Ciudad del Vaticano, 6 de abril de 2012 (VIS).- Este Viernes Santo, el Santo Padre ha presidido, a las 17.30, en la basílica de San Pedro, la celebración de la Pasión del Señor. Después de la liturgia de la Palabra -en la que se escuchó el relato de la Pasión según San Juan- y la homilía, se rezó la Oración universal. El rito prosiguió con la adoración de la Santa Cruz y concluyó con la comunión.

Horas más tarde, a las 21.15, Benedicto XVI presidió el Via Crucis, transmitido a todo el mundo, en el Coliseo de Roma. Este año, los textos de las meditaciones y las oraciones que acompañan las estaciones han sido escritos por un matrimonio miembro del Movimiento de los Focolares. Dos jóvenes de la diócesis de Roma sostenían las antorchas al lado de la cruz, que fue llevada por el cardenal Agostino Vallini, vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma; por dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa; y por algunas familias procedentes de Italia, Irlanda, Burkina Faso y Perú.

Al final del Via Crucis, el Papa pronunció las siguientes palabras:

Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza”.

La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta superabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a Aquél que nos ha amado”.

En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en Él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra”

En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso 'mysterium passionis' hacia el 'mysterium paschale', hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén”.

JUEVES SANTO: JESUS DESHACE LA CONTRADICCION ENTRE OBEDIENCIA Y LIBERTAD



Ciudad del Vaticano, 5 de abril de 2012 (VIS).-En la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, Benedicto XVI celebró, a las 17.30, la Santa Misa de la Cena del Señor, dando comienzo así al Triduo Pascual de 2012. Como es tradicional en la liturgia del Jueves Santo, el Papa lavó los pies a doce sacerdotes de la diócesis de Roma.

El Jueves Santo, dijo el Papa en su homilía, “no es sólo el día de la Institución de la Santa Eucaristía, cuyo esplendor ciertamente se irradia sobre todo lo demás y, por así decir, lo atrae dentro de sí. También forma parte del Jueves Santo la noche oscura del Monte de los Olivos, hacia la cual Jesús se dirige con sus discípulos; forman parte también la soledad y el abandono de Jesús que, orando, va al encuentro de la oscuridad de la muerte”.

Los discípulos, “cuya cercanía quiso Jesús en está hora de extrema tribulación como elemento de apoyo humano, pronto se durmieron. No obstante, escucharon algunos fragmentos de las palabras de la oración de Jesús y observaron su actitud. Ambas cosas se grabaron profundamente en sus almas, y ellos lo transmitieron a los cristianos para siempre. Jesús llama a Dios «Abbá». Y esto significa –como ellos añaden– «Padre». Pero no de la manera en que se usa habitualmente la palabra «padre», sino como expresión del lenguaje de los niños, una palabra afectuosa con la cual no se osaba dirigirse a Dios. Es el lenguaje de quien es verdaderamente «niño», Hijo del Padre, de Aquél que se encuentra en comunión con Dios, en la más profunda unidad con Él”.

Si nos preguntamos cuál es el elemento más característico de la imagen de Jesús en los evangelios -observó el pontífice-, debemos decir: su relación con Dios (…). Ahora conocemos a Dios tal como es verdaderamente. Él es Padre, bondad absoluta a la que podemos encomendarnos. (...) Él, que es la bondad, es al mismo tiempo poder, es omnipotente. El poder es bondad y la bondad es poder. Esta confianza la podemos aprender de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos”.

Lucas, explicó el Santo Padre, “afirma que Jesús oraba arrodillado. En los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de rodillas. (...) Así, Lucas ha trazado una pequeña historia del orar arrodillados de la Iglesia naciente. Los cristianos, con su arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. En la amenaza del poder del mal, ellos, en cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, expresando también en este gesto nuestra confianza en que Él triunfe”.

Jesús forcejea con el Padre. Combate consigo mismo. Y combate por nosotros. Experimenta la angustia ante el poder de la muerte. Esto es ante todo la turbación propia del hombre, más aún, de toda criatura viviente ante la presencia de la muerte. En Jesús, sin embargo, se trata de algo más. En las noches del mal, Él ensancha su mirada. Ve la marea sucia de toda la mentira y de toda la infamia que le sobreviene en aquel cáliz que debe beber. Es el estremecimiento del totalmente puro y santo frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recae sobre Él (…) La Carta a los Hebreos ha definido el combate de Jesús en el Monte de los Olivos como un acto sacerdotal. En esta oración de Jesús, impregnada de una angustia mortal, el Señor ejerce el oficio del sacerdote: toma sobre sí el pecado de la humanidad, a todos nosotros, y nos conduce al Padre”.

Finalmente, “debemos prestar atención aún al contenido de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. Jesús dice: «Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» La voluntad natural del hombre Jesús retrocede asustada ante algo tan ingente. Pide que se le evite eso. Sin embargo, en cuanto Hijo, abandona esta voluntad humana en la voluntad del Padre: no yo, sino tú. Con esto ha transformado la actitud de Adán, el pecado primordial del hombre, salvando de este modo al hombre. La actitud de Adán había sido: No lo que tú has querido, Dios; quiero ser dios yo mismo (...) Esta es la rebelión fundamental que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la vida. Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de Él o negándolo. En el forcejeo de la oración en el Monte de los Olivos, Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y libertad, y ha abierto el camino hacia la libertad”.

SANTA MISA DEL CRISMA: SACERDOTES CONFIGURADOS A CRISTO



Ciudad del Vaticano, 5 de abril de 2012 (VIS).-Esta mañana, a las 9.30, Benedicto XVI presidió en la basílica vaticana la Santa Misa del Crisma, que se celebra el día de Jueves Santo en todas las iglesias catedrales. Concelebraron con el Santo Padre los cardenales, obispos y presbíteros -alrededor de 1.600, entre diocesanos y religiosos- presentes en Roma.

En el transcurso de la celebración eucarística, los sacerdotes renuevan las promesas efectuadas en el momento de la ordenación, y a continuación se bendicen el óleo de los catecúmenos, el aceite para la unción de los enfermos y el crisma. Siguen extractos de la homilía pronunciada por el Santo Padre:

En esta Santa Misa, nuestra mente retorna hacia aquel momento en el que el Obispo, por la imposición de las manos y la oración, nos introdujo en el sacerdocio de Jesucristo, de forma que fuéramos «santificados en la verdad» como Jesús había pedido al Padre para nosotros en la oración sacerdotal. Él mismo es la verdad. Nos ha consagrado, es decir, entregado para siempre a Dios, para que pudiéramos servir a los hombres partiendo de Dios y por Él. Pero, ¿somos también consagrados en la realidad de nuestra vida? ¿Somos hombres que obran partiendo de Dios y en comunión con Jesucristo? (…) Con esto se expresan sobre todo dos cosas: se requiere un vínculo interior, más aún, una configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización. Se pide que nosotros, que yo, no reclame mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo?, sino más bien: ¿Qué puedo dar yo por Él y también por los demás? O, todavía más concretamente: ¿Cómo debe llevarse a cabo esta configuración con Cristo, que no domina, sino que sirve; que no recibe, sino que da?; ¿cómo debe realizarse en la situación a menudo dramática de la Iglesia de hoy? Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio; por ejemplo, en la cuestión sobre la ordenación de las mujeres, sobre la que el beato Papa Juan Pablo II ha declarado de manera irrevocable que la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto”.

Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos?. La desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de transformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”

Pero no simplifiquemos demasiado el problema. ¿Acaso Cristo no ha corregido las tradiciones humanas que amenazaban con sofocar la palabra y la voluntad de Dios? Sí, lo ha hecho para despertar nuevamente la obediencia a la verdadera voluntad de Dios, a su palabra siempre válida. A Él le preocupaba precisamente la verdadera obediencia, frente al arbitrio del hombre. Y no lo olvidemos: Él era el Hijo, con la autoridad y la responsabilidad singular de desvelar la auténtica voluntad de Dios, para abrir de ese modo el camino de la Palabra de Dios al mundo de los gentiles. Y, en fin, ha concretizado su mandato con la propia obediencia y humildad hasta la cruz, haciendo así creíble su misión. No mi voluntad, sino la tuya: ésta es la palabra que revela al Hijo, su humildad y a la vez su divinidad, y nos indica el camino”.

Dejémonos interrogar todavía una vez más. Con estas consideraciones, ¿acaso no se defiende de hecho el inmovilismo, el agarrotamiento de la tradición? No. Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo. Y si miramos a las personas, por las cuales han brotado y brotan estos ríos frescos de vida, vemos también que, para una nueva fecundidad, es necesario estar llenos de la alegría de la fe, de la radicalidad de la obediencia, del dinamismo de la esperanza y de la fuerza del amor”.

Quisiera mencionar brevemente todavía dos palabras clave de la renovación de las promesas sacerdotales, que deberían inducirnos a reflexionar en este momento de la Iglesia y de nuestra propia vida (…) En el encuentro de los cardenales con ocasión del último consistorio, varios Pastores, basándose en su experiencia, han hablado de un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente. Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe (…) debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra. El Año de la Fe, el recuerdo de la apertura del Concilio Vaticano II hace 50 años, debe ser para nosotros una ocasión para anunciar el mensaje de la fe con un nuevo celo y con una nueva alegría. Naturalmente, este mensaje lo encontramos primaria y fundamentalmente en la Sagrada Escritura, que nunca leeremos y meditaremos suficientemente. Pero todos tenemos experiencia de que necesitamos ayuda para transmitirla rectamente en el presente, de manera que mueva verdaderamente nuestro corazón. Esta ayuda la encontramos en primer lugar en la palabra de la Iglesia docente: los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de Dios. Y, naturalmente, también forma parte de ellos todo el tesoro de documentos que el Papa Juan Pablo II nos ha dejado y que todavía están lejos de ser aprovechados plenamente”.

Todo anuncio nuestro debe confrontarse con la palabra de Jesucristo: «Mi doctrina no es mía». No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores. Pero esto, naturalmente, en modo alguno significa que yo no sostenga esta doctrina con todo mi ser y no esté firmemente anclado en ella (...) Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con Aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo”.

La última palabra clave a la que quisiera aludir todavía se llama celo por las almas (…) Es una expresión fuera de moda que ya casi no se usa hoy. En algunos ambientes, la palabra alma es considerada incluso un término prohibido, porque – se dice – expresaría un dualismo entre el cuerpo y el alma, dividiendo falsamente al hombre. Evidentemente, el hombre es una unidad, destinada a la eternidad en cuerpo y alma. Pero esto no puede significar que ya no tengamos alma, un principio constitutivo que garantiza la unidad del hombre en su vida y más allá de su muerte terrena. Y, como sacerdotes, nos preocupamos naturalmente por el hombre entero, también por sus necesidades físicas: de los hambrientos, los enfermos, los sin techo. Pero no sólo nos preocupamos de su cuerpo, sino también precisamente de las necesidades del alma del hombre: de las personas que sufren por la violación de un derecho o por un amor destruido; de las personas que se encuentran en la oscuridad respecto a la verdad; que sufren por la ausencia de verdad y de amor. Nos preocupamos por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. Y, en cuanto sacerdotes de Jesucristo, lo hacemos con celo (...) Las personas han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del Evangelio de Jesucristo”.


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