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sábado, 26 de septiembre de 2015

Francisco en la ONU: El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.


Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).-La segunda jornada del Papa en Nueva York comenzó con su visita a la sede de las Naciones Unidas, ante la que la Santa Sede cuenta con una representación desde 1964, mientras su estatuto es el de Observador Permanente con derecho de participación pero sin derecho de voto.

A su llegada al edificio el Santo Padre fue acogido por el Secretario General Ban-Ki-moon, por su esposa y dos niños, hijos de funcionarios de la ONU caídos en servicio que le ofrecieron un ramo de flores. El Papa encontró en privado al Secretario General que, acabado el coloquio, lo acompañó al vestíbulo para saludar al personal de esa organización. Francisco, que depuso unas flores ante la placa conmemorativa de los funcionarios de las Naciones Unidas caídos en servicio, recordó que la mayor parte del trabajo del personal de la ONU, desde los expertos a los traductores, pasando por los empleados de cocina y las fuerzas de seguridad, constituyen en muchos aspectos ''la columna vertebral'' de la Organización.

''La mayor parte del trabajo que hacen aquí- dijo- no aparece en las noticias. Entre bastidores sus esfuerzos cotidianos hacen posible muchas de las iniciativas diplomáticas, culturales, económicas y políticas de las Naciones Unidas que son tan importantes para responder a las esperanzas y expectativas de los pueblos que componen nuestra familia humana. Gracias por lo que hacen''.

Después el Papa se trasladó en golf car al edificio de la Asamblea General donde se encontró, siempre en privado e individualmente con los presidentes de la 70ª Asamblea General, Mogens Lykketoft (Dinamarca), de la 69ª Sam Kahamba Kutesa (Uganda), así como con el Presidente del Consejo de Seguridad, Vitaly Churkin (Federación Rusa).

Finalizados los coloquios, Francisco entró en el hemiciclo de la Asamblea donde fue acogido con un gran aplauso y tras recibir la bienvenida del Presidente de la 70ª Asamblea General y del Secretario General de la ONU, pronunció ante los Representantes de las Naciones un discurso en el que tras mencionar los éxitos logrados por las Naciones Unidas en sus setenta años de existencia, como la construcción de la normativa internacional de derechos humanos o las operaciones de paz y reconciliación, abordó la cuestión del medio ambiente y de la exclusión económica y social de buena parte de la población mundial. Asimismo reiteró que la guerra es la negación de todos los derechos subrayando la necesidad del ''infatigable recurso'' a la negociación y denunció las persecuciones religiosas. También puso en guardia sobre cualquier tipo de colonización ideológica y definió el narcotráfico como ''una guerra asumida y pobremente combatida'' y subrayó que los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y no por la sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que los condenan a una pobreza todavía más grande.

Sigue el texto completo:

''Una vez más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que los acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70ª Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.

Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.

La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero también es evidente que, si hubiera faltado toda esta actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización.

Rindo pues homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.

La experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos siempre es necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Esta necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sostenible de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.

La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión.

Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero ''derecho del ambiente'' por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de ''capacidades inéditas'' que ''muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico'' , es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental .

El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada ''cultura del descarte''.

Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.

No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aunque constituyen ciertamente un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.

La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicaciones estadísticas –, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.

Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de las agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.

Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad de espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos.

Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del de espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.

La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: ''El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza''. La creación se ve perjudicada ''donde nosotros mismos somos las últimas instancias ... El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos'' . Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones .

Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de ''salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra'' y de ''promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad'' (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.

La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.

Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.

El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser ''Naciones unidas por el miedo y la desconfianza''. Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.

El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.

En ese sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.

Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como Ucrania, Siria, Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando la actividad consiste solo en enumerar problemas, estrategias y discusiones.

Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, ''la más elemental comprensión de la dignidad humana (obliga) a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas'' y para proteger a las poblaciones inocentes.

En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra que viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra ''asumida'' y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.

Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne, cito: ''Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, ... ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán ... resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad'' . Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: ''El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas'' hasta aquí Pablo VI.

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.

Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, la de uno mismo, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, ''el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo'' .

El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura de mi tierra natal, canta: ''Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera''.

El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo ''todo fundamento de la vida social'' y por lo tanto ''termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses''.

El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos. No podemos permitirnos postergar ''algunas agendas'' para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.

La loable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano. Que Dios los bendiga a todos''.



















Memorial de la Zona Cero: La vida siempre está destinada a triunfar sobre los profetas de destrucción


Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).-El Memorial de la Zona Cero, construido en el lugar donde el 11 de septiembre de 2001 se derrumbaron las Torres Gemelas embestidas por dos aviones en un atentado que causó 2.896 muertos fue la segunda etapa de la visita del Papa a New York. El Memorial es ahora un parque de casi 33.000 metros cuadrados con un bosquecillo de encinas blancas y dos cascadas artificiales que alimentan dos grandes pilas de agua ubicadas en el sitio que ocupaban las Torres Gemelas y rodeadas de una pared de bronce donde están grabados los nombres de todas las víctimas de los atentados del 26 de febrero de 1993 contra el World Trade Center y del 11 de septiembre de 2001. En el subterráneo hay un museo con recuerdos de aquellos trágicos eventos.

A su llegada Francisco, acompañado por el cardenal arzobispo de New York, Timothy Dolan, depositó una rosa blanca cerca de la pila sur y saludó uno por uno a los veinte familiares de los socorristas caídos. Después entró en el edificio del Memorial donde le esperaban un rabino y un imán de Nueva York y rezó una oración por la paz a la que siguieron cinco meditaciones sobre la paz (hindú, budista, sikh, cristiana, musulmana) y una plegaria judía por los difuntos, acabada la cual el Papa pronunció un discurso.

''Me produce distintos sentimientos, emociones, estar en la Zona Cero donde miles de vidas fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción -dijo- Aquí el dolor es palpable. El agua que vemos correr hacia ese centro vacío nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos. Es el grito silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del odio, de la revancha. Una lógica que lo único que puede causar producir es dolor, sufrimiento, destrucción, lágrimas. El agua cayendo es símbolo también de nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos el dolor que provoca sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dialogando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy''.

Franciscó recordó entonces su encuentro con los familias de los socorristas, subrayando que constató una vez más ''cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, que por sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos y grita al cielo''. Pero ese encuentro le mostró también el poder ldel amor y del recuerdo. ''Un recuerdo que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres queridos están escritos aquí en lo que eran las bases de las torres, así los podemos ver, tocar y nunca olvidar''.

También, rememorando la labor de los bomberos que el 11 de septiembre entraron en las torres que se estaban cayendo sin preocuparse de su propia vida, habló de ''la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar''. Por eso un lugar de muerte ''se transforma también en un lugar de vida, de vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte, que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la unidad vencerán sobre el odio y la división''.

''En este lugar de dolor y de recuerdo -prosiguió- me llena de esperanza la oportunidad de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas que enriquecen la vida de esta gran ciudad. Espero que nuestra presencia aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo. En las diferencias, en las discrepancias, es posible vivir en un mundo de paz. Frente a todo intento uniformizador es posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas, culturas, religiones y alzar la voz a todo lo que quiera impedirlo. Juntos hoy somos invitados a decir ''no'' a todo intento uniformante y ''sí'' a una diferencia aceptada y reconciliada''.

Francisco invitó a todos a rezar en silencio por la paz, desde las casas a ''esos lugares donde la guerra parece no tener fin'' y ''esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor''.

''Así -concluyó después de haber rezado- la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz''.




Encuentro con los niños y familias de inmigrantes en Harlem


Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).-La escuela Nuestra Señora Reina de los Angeles, en Harlem, tiene 282 alumnos (de 5 a 14 años) de los cuales el 69% estudia gracias a una beca. Los niños y niñas proceden de familias de bajo rédito a las que se llama ''dreamers'' (los que siguen el sueño americano); son inmigrantes adultos o menores no acompañados de América Latina (69%), refugiados de Africa u Oriente Medio, pero también afroamericanos (22%). La escuela forma parte de una red de seis escuelas católicas en los barrios de Harlem y del South Bronx, financiadas y administradas por la fundación caritativa católica Partnership, coordinada por la arquidiócesis de Nueva York que es propietaria de los locales. La fundación, instituida formalmente en 2010, se propone romper el círculo vicioso de la pobreza.

A Nuestra Señora de los Angeles llegó el Papa ayer poco después de las 16.00 (las 22.00 hora de Roma) para encontrarse con los alumnos, sus familiares y sus maestros que lo esperaban en el gimnasio. Fue un encuentro informal en el que pidió perdón a los maestros por robarles unos minutos de la lección en clase y comentó que le habían contado que una de las ''lindas'' características de la escuela era que algunos de los alumnos venían de otros lugares y muchos de otros países. ''Y eso es bueno -añadió- Aunque sé que no siempre es fácil tener que trasladarse y encontrar una nueva casa, encontrar nuevos vecinos, amigos; no es nada fácil, pero hay que empezar. Al principio puede ser algo cansador. Muchas veces aprender un nuevo idioma, adaptarse a una nueva cultura, un nuevo clima. ¡Cuántas cosas tienen que aprender!. No solo las tareas de la escuela, sino tantas cosas''.

''Lo bueno -prosiguió en tono coloquial- es que también encontramos nuevos amigos. Y esto es muy importante.... Encontramos personas que nos abren puertas y nos muestran su ternura, su amistad, su comprensión, y buscan ayudarnos para que no nos sintamos extraños, extranjeros... Aunque a veces la imaginación se vuelve a nuestra patria, pero encontramos gente buena que nos ayuda a sentirnos en casa. Qué lindo es poder sentir la escuela, los lugares de reunión, como una segunda casa. Y esto no sólo es importante para ustedes, sino para sus familias. De esta manera, la escuela se vuelve una gran familia para todos ..donde aprendemos a ayudarnos, a compartir lo bueno de cada uno.. a jugar en equipo, que es tan importante, y a perseverar en nuestras metas''.

''Bien cerquita de aquí -indicó- hay una calle muy importante con el nombre de una persona que hizo mucho bien por los demás, y quiero recordarla con ustedes. Me refiero al Pastor Martin Luther King. Un día dijo:: ''Tengo un sueño''. Y él soñó que muchos niños, muchas personas tuvieran igualdad de oportunidades. Él soñó que muchos niños como ustedes tuvieran acceso a la educación. Él soñó que muchos hombres y mujeres, como ustedes, pudieran llevar la frente bien alta, con la dignidad de quien puede ganarse la vida. Es hermoso tener sueños y es hermoso poder luchar por los sueños. No se lo olviden''.

''Hoy queremos seguir soñando y celebramos todas las oportunidades que, tanto a ustedes como a nosotros los grandes, nos permiten no perder la esperanza en un mundo mejor, y con mayores posibilidades... Sé que uno de los sueños de sus padres, de sus educadores y de todos los que los ayudan...es que ustedes puedan crecer y vivir con alegría.... No siempre es fácil. En todas las casas hay problemas, hay situaciones difíciles, hay enfermedades, pero no dejen de soñar con que puedan vivir con alegría.Todos ustedes los que están acá, chicos y grandes, tienen derecho a soñar y me alegra mucho que puedan encontrar, sea en la escuela, sea aquí, en sus amigos, en sus maestros, en todos los que se acercan a ayudar, ese apoyo necesario para poder hacerlo. Donde hay sueños, donde hay alegría, ahí siempre está Jesús''.


Antes de irse, el Papa preguntó a los niños si les podía poner unos deberes para hacer en casa. ''Es un pedido sencillo pero muy importante -dijo- No se olviden de rezar por mí para que yo pueda compartir con muchos la alegría de Jesús. Y recemos también para que muchos puedan disfrutar de esta alegría, como la que tienen ustedes cuando se sienten acompañados, ayudados, aconsejados, aunque haya problemas''.

Misa en el Madison Square Garden: Dios está en la ciudad


Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).- Con la santa misa por la paz y la justicia celebrada en el Madison Square Garden concluyó la jornada del Papa en Nueva York; un lugar emblemático de la ciudad, como recordó Francisco, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, etc...''que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes''. Un lugar, donde ayer se escuchó la lectura del profeta Isaías que anuncia ''El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz''. Y a esa luz estuvo dedicada la homiía del Santo Padre.

''El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y sus equivocaciones, sus miedos y sus oportunidades. Ese pueblo ha visto una gran luz'', afirmó el Pontífice, recordando que el Pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplarla porque ''una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver,en medio de sus oscuridades la luz que Cristo viene a traer... Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el 'smog', ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida''.

''Vivir en una gran ciudad es algo bastante complejo -constató el Papa- contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, tradiciones e historias... Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo ''el ritmo del cambio'', quedan silenciados tantos rostros por no tener ''derecho'' a ciudadanía...-los extranjeros, los sus hijos de estos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón''

Pero ''saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de... una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad...Una esperanza que nos invita a ver en medio del ''smog'' la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad. Porque Dios está en la ciudad''.
Después Francisco propuso como guía en este aprender a ver, a mirar, al profeta Isaías que presenta a Jesús como Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, y Príncipe de la paz y explicó cada una de estas apelaciones.

''Consejero maravilloso: Los Evangelios nos narran cómo muchos van a preguntarle: ''Maestro, ¿qué debemos hacer?''. El primer movimiento que Jesús genera con su respuesta es proponer, incitar, motivar. Propone siempre a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Dios fuerte: En Jesús Dios se hizo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado. Padre para siempre: Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Príncipe de la paz: El andar hacia los otros para compartir la buena nueva que Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano''.

''Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades -exclamó Francisco al final de su homilía- Y Dios y la Iglesia que viven en nuestras ciudades quieren ser fermento en la masa, quieren mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz. El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz y nosotros, cristianos, somos sus testigos''.

Hoy, 26 de septiembre, el Santo Padre se traslada a Filadelfia donde celebrará misa con el clero y los religiosos y religiosas de Pennsylvania en la basílica de San Pedro y San Pablo, participará en un encuentro con la comunidad hispánica y otros inmigrantes en el Indepence National Historical Park y pronunciará un discurso en la vigilia de preparación del Encuentro Mundial de las Familias en el Parque Benjamin Franklin.


Actos Pontificios


Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).-El Santo Padre nombró:

-Arzobispo Paolo Rocco Gualtieri, hasta ahora nuncio apostólico en las Seychelles, como nuncio apostólico en Madagascar.

-Mons. Robert Prevost OSA, como obispo de Chiclayo (superficie 15.647, población 1.275.215, católicos 1.132.202, sacerdotes 113, religiosos 171) en Perú. El obispo era hasta ahora administrador apostólico de la misma diócesis. renuncia del obispo Giacomo Lanzetti al gobierno pastoral de la diócesis de Alba (Italia) en conformidad con el canon 401 párrafo 2 del CIC.

-Mons. Zbigniew Zielinski (superficie 2.500, población 965.077, católicos 900.608 ,sacerdotes 748 , religiosos 689) en Polonia El obispo electo nació en Gdansk (Polonia) en 1965 y fue ordenado sacerdote en 1991.Es doctor en Teología Pastoral por la Universidad Cardenal Stefan Wyszynski de Varsovia y ha desempeñado diversas funciones pastorales y académicas, entre ellas la de vicario parroquail, director del departamento para la pastoral de la Curia, profesor de Sociología de la Religión en la Universidad Estatal de Gdansk y párroco de la con-catedral de Gdansk, cargo que desempeñaba actualmente.


-Miembros de la Congregación para las Causas de los Santos a los cardenales Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia (Italia) y Raymond Leo Burke, Patrono de la Orden Militar Soberana de Malta.
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